De momento no han podido determinar si es la microbiota intestinal la que condiciona que las personas tengan un determinado cerebro y mayor o menor sensibilidad a los impactos emocionales negativos o si es una determinada neurobiología la que modifica el tipo de bacterias que residen en el intestino de las personas.
En ratones se han visto señales claras de que la microbiota influye en el comportamiento, que condiciona la respuesta al estrés y la asunción de riesgos, y que el comportamiento también afecta a la microbiota, y la relevancia de este estudio es que da el salto a humanos y ve cambios parecidos a los observados en ratones, lo cual es prometedor para continuar investigando.
Hasta la fecha, lo que ha visto el grupo de investigadores, mediante resonancias magnéticas del cerebro de personas con diferentes enterotipos –desde 2011 los expertos dividen a la población humana en tres enterotipos según las bacterias predominantes en su aparato digestivo y al igual que hay grupos sanguíneos hay tres grupos de microbiota –enterotipo A, dominado por bacterias de tipo Bacteroide; B, con predominio de Prevoleta, y C, con dominio de Rominococo,
Tras reunir a una cuarentena de mujeres sanas, dividirlas en dos grupos en función de la composición de su microbiota, tomar diversas imágenes de su cerebro y realizarles escáneres, observaron que en las de predominio de bacterias Prevotella la materia blanca mostraba mayor conectividad funcional entre las áreas sensorial, emocional y atencional que en las del enterotipo Bacteroides. Y en este segundo grupo, el volumen de materia gris era superior en diversas regiones, como la frontal, el cerebelo y el hipocampo. Además, el grupo Prevotella mostró menos actividad del hipocampo cuando las mujeres eran expuestas a imágenes de valencia emocional negativa, al tiempo que reaccionaron a ellas con mayor ansiedad, angustia e irritabilidad que las del grupo Bacteroides.
Todavía hay que ser cautos sobre el impacto de este hallazgo a efectos clínicos, puesto que puede haber factores de distracción que no se hayan tenido en cuenta, como la dieta a largo plazo o el ejercicio, que se sabe que influyen en los microbios intestinales, por lo que hay que seguir investigando para ver qué especies bacterianas concretas, y a través de qué mecanismos, pueden afectar a las diferencias neurológicas y de comportamiento.