El término «suelo agrícola» se emplea habitualmente para hacer referencia a la capacidad de una composición de suelo determinada en relación con la productividad de determinados tipos de cultivos. Como no todas las plantas y árboles son iguales, la composición mineral, orgánica y química del suelo será mejor o peor en función del tipo de cultivo que queramos explotar. Hay muchos factores que influyen en el suelo agrícola tales como la porosidad, la concentración de minerales, la cantidad de aire o de agua presente y la densidad.
De acuerdo entonces a estas características descritas, los suelos agrícolas se pueden clasificar siguiendo varias formas. Si atendemos a la clasificación por texturas, tenemos suelos arenosos, arcillosos y limosos. Si queremos clasificar los suelos por sus propiedades químicas, tenemos de suelos ácidos, neutros o alcalinos.
Los suelos arcillosos son aquellos que cuentan con una presencia de arcilla mayor que la del resto de componentes del suelo como la arena o los limos. Son suelos que pueden retener grandes cantidades de agua, pero en ocasiones se encuentran con una densidad muy elevada, lo que hace que el agua no se filtre y se produzcan encharcamientos. Son suelos por lo general rojizos y fácilmente identificables porque cuando están húmedos suelen encharcar con facilidad y cuando están secos tienden a resquebrajarse. Estas características hacen que sean tierras complejas de trabajar, ya que en húmedo la tierra queda pegada a los aperos y en seco se forman terrones compactos
Se trata de suelos muy buenos para el cultivo pero que requieren de una buena labranza que permita que los árboles puedan enraizar adecuadamente y que la tierra, como decíamos, no se encharque.
Entre los cultivos que se benefician especialmente de este tipo de suelos tenemos el brócoli, la coliflor, los perales, manzanos, laurel, cerezo o chirimoyas.
Los suelos limosos se encuentran en un punto intermedio entre los suelos arenosos y los suelos arcillosos, son suelos generalmente fértiles. El limo, también llamado sedimento incoherente, es transportado por el viento, los ríos o la lluvia. Son suelos por lo general fáciles de trabajar, filtran bien el agua, son ricos en nutrientes y tienen una alta concentración de material orgánico. Por lo general son suelos nefastos para la edificación pero muy buenos para el cultivo y son el tipo de suelo que podemos encontrar en las riveras de los ríos.
Por sus características, los suelos limosos son buenos para un buen número de cultivos, como las verduras, hortalizas o el arroz.
Los suelos arenosos son muy ligeros al estar compuestos principalmente por gránulos de piedra de tamaño minúsco lo que los hace muy fáciles de trabajar. Esta facilidad para trabajarlos hace también que sean suelos con una baja capacidad de retención de agua al ser muy porosos, lo que no los hace recomendables para todos los cultivos. También son suelos que se erosionan con facilidad, tanto por la acción del agua como por la del viento. Son suelos por lo general con pocos nutrientes, que se calientan rápido y que retienen poca agua. Esto hace que no sean nada recomendables para cultivos que requieran de humedad para crecer con vigor.
En este tipo de suelos es recomendable aplicar fertilización inorgánica y abonos orgánicos, así como medidas antierosión. Algunos de los cultivos que se defienden bien en suelos arenosos son los tubérculos, los tomates, las lechugas y coles, el calabacín, el maíz, espárragos o sandía. Estos suelos son muy buenos también para las hierbas como el romero, tomillo y orégano
Los suelos alcalinos son aquellos que tienen un pH elevado. Esto indica una gran presencia de minerales como el calcio, potasio, fósforo o magnesio, así como diversas sales minerales. Sin embargo, carecen de hierro, zinc o magnesio. La presencia de sales suele hacer que este tipo de suelos sean menos fértiles. Trabajar cultivos sobre suelo salino requiere conocer bien la densidad de sales del suelo (para lo que se suele realizar un test de conductividad eléctrica) y, posteriormente, establecer sistemas de lavado y regadío que permitan reducir dicha salinidad para hacerla apta para el tipo de cultivo que queramos explotar. Hay cultivos que toleran mejor la salinidad sódica que otros como es el caso de la cebada, el algodón y la palmera.
Son suelos que por lo general se tienen que trabajar y mezclar la propia tierra con sustratos y abonos que permitan neutralizar la alcalinidad.
Cuando hablamos de suelos neutros estamos hablando de suelos equilibrados y con presnecia de elementos químicos primarios y secundarios. Son suelos fértiles y por lo general son sencillos de ajustar al pH recomendado para el cultivo que queramos explotar.
Cuando hablamos de suelos ácidos estamos hablando de suelos en los que se produce lixivación a consecuencia de la lluvia, lo que elimina las sales solubles y disminuye la fertilidad del suelo. Para trabajar sobre suelos ácidos es recomendable realizar un encalado (añadir cal al suelo) y además sembrar especies tolerantes a la alcalinidad, lo que permitirá corregir los problemas de acidez. Algunas de los cultivos que toleran bien la alcalinidad tenemos los plátanos, cocoteros o el maíz.