Los expertos en salud y nutrición cada vez recomiendan más dedicar tiempo para preparar y cocinar los alimentos, comer pausadamente, saborear los platos y, sobre todo, tener conocimiento de qué se ingiere en cada comida.
Con el fin de hacer la vida más cómoda y sencilla, los alimentos procesados y precocinados han crecido en variedad, ganando espacio en las estanterías de los supermercados. Actualmente se puede encontrar cualquier plato guisado “listo para calentar y tomar”, sin necesidad de pasar horas cocinando. Con este tipo de productos solo hacen falta unos pocos minutos para tener preparado un plato de pasta, legumbres, sopa o arroz.
Sin embargo, esa inmediatez del cocinado conlleva una serie de procesos e ingredientes adicionales, de los cuales cabe plantearse su calidad nutricional. Por este motivo, aumentan los consumidores que se paran a leer las etiquetas de los alimentos que compran, interesados en saber de qué se componen los productos alimenticios y la calidad de los mismos.
Pero, ¿se sabe exactamente qué lleva un producto leyendo las etiquetas?
Según diferentes informes y estudios, en muchas ocasiones no.
Con el fin de que el consumidor comprenda mejor qué sustancias integran los alimentos que consume, la legislación vigente en materia de etiquetado “consolida y actualiza” dos campos relevantes de la legislación sobre el etiquetado (Reglamento 1169/2011): el de los productos alimenticios que lo componen y la información nutricional. Todo ello para que el contenido de las etiquetas sea más legible y la información sea más clara y detallada.
Esto se traduce en que los productos alimenticios deben indicar el país de procedencia, identificar los aceites y grasas vegetales con detalle de su origen específico y el valor energético, entre otros datos relevantes acerca de los ingredientes y características del producto, de forma que se garantice que el consumidor pueda tomar sus propias decisiones con conocimiento de causa a la hora de adquirir un producto alimentario.
Desde hace algunos años, voces expertas de la medicina internacional, sobre todo cardiólogos y nutricionistas, vienen advirtiendo de los riesgos que conlleva para la salud consumir en exceso alimentos con altos contenidos en azúcar y ácidos grasos trans. En este sentido, la alarma internacional saltó con la declaración del médico estadounidense Robert Lusting, que sugirió que ingerir azúcar en exceso equivalía a tomar veneno.
El Estudio FAO Alimentación y nutrición 91. Grasas y ácidos grasos en nutrición humana sostiene que “hay evidencia convincente” de que los ácidos grasos trans procedentes de los aceites vegetales parcialmente hidrogenados (PHVO) “incrementan los factores de riesgo y los accidentes cardiovasculares en mayor grado de lo que se pensaba con anterioridad”.
Por este motivo, en el estudio se indica la revisión de la recomendación actual hecha por los expertos para la población media de una ingesta de ácidos grasos trans menor del 1% diario, así como la necesidad de proteger a determinados subgrupos de población con ingestas peligrosamente más altas. Esto lleva a los expertos a plantear la posibilidad de “retirar las grasas y aceites parcialmente hidrogenados de la alimentación humana”.
Mientras se suceden los estudios y las recomendaciones para mejorar la alimentación, el problema que se ha detectado más urgente es que el consumidor no es completamente consciente de la cantidad de azúcar y grasas que ingiere diariamente, puesto que estos ingredientes aunque vienen detallados en las etiquetas, no son identificados fácilmente por los consumidores o no comprenden el valor de las cantidades, sobrepasando la ingesta diaria recomendada por la Organización Mundial de la Salud.
En enero de 2017, la iniciativa SinAzúcar.org publicó una serie de fotografías con el objetivo de mostrar gráficamente al público cuánto azúcar llevan algunos de los alimentos que más se toman a diario. Este proyecto del fotógrafo Antonio R. Estrada consiste en la publicación de una galería de imágenes donde muestra refrescos, pizzas, helados, licores, pan de molde y tomate frito, entre otros productos alimentarios, junto al número de terrones de azúcar que contienen cada uno de ellos.
De este modo tan gráfico se puede ver claramente qué significa la información de las etiquetas. Por ejemplo, un brik de tomate frito de 210 ml contiene el equivalente a cuatro terrones de azúcar o un refresco, a 13 terrones, la equivalencia del número de gramos de azúcar que contiene cada producto.
La respuesta es simple: Porque no se ha formado al consumidor, es decir sin programas apropiados de educación del consumidor, la información de ácidos grasos trans junto a la declaración nutricional de los productos alimentarios puede tener efectos “limitados o incluso perjudiciales”, puesto que los consumidores no son capaces de vincular la información nutricional a una dieta equilibrada.